西语童话:LafamiliadeHühnergrete

文章作者 100test 发表时间 2007:03:14 21:05:37
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Hühnergrete era la única persona que vivía en la espléndida casa que en el cortijo se había construido para habitación de los pollos y patos. Se alzaba en el lugar que antañ.o ocupara el viejo castillo con sus torres, hastiales, fosos y puente levadizo. Junto a ella había una verdadera selva de árboles y arbustos. allí había estado el parque que se extendía hasta un gran lago, convertido hoy en una turbera. Cuervos, cornejas y grajos volaban graznando y chillando por entre los viejos árboles. Era un hervidero de aves, y la caza no hacía mella en sus filas. antes bien su número crecía constantemente. Se oían desde el gallinero donde residía Hühnergrete, y donde los patitos se le subían a los zuecos. Conocía cada uno de los pollos y cada uno de los gansos a partir del día en que habían roto el cascarón, y estaba orgullosa de sus pupilos, así como de la magnífica casa que habían construido para ella. Su habitacioncita era limpia y bien cuidada. así lo exigía la propietaria del gallinero, la cual se presentaba a menudo en compañ.ía de invitados de distinción, para enseñ.arles «.el cuartel de los pollos y los patos»., como lo llamaba.

Había allí un armario ropero y un sillón, e incluso una cómoda, y en lo alto se veía una bruñ.ida placa de latón que llevaba grabada la palabra «.Grubbe».. Era el apellido de la antigua y noble familia que había vivido en el castillo señ.orial. La placa la habían encontrado al excavar los cimientos, y, en opinión del sacristán, no tenía más valor que el de un antiguo recuerdo. El sacristán estaba muy bien informado en todo lo concerniente al lugar y a su pasado. lo sabía por los libros, y guardaba muchos documentos en el cajón de su mesa. Conocía muchas cosas del tiempo antiguo, pero más sabía aún la vieja corneja, y las pregonaba en su lenguaje. sólo que el sacristán no lo entendía, con ser tan inteligente e instruido.

En los calurosos días estivales, el pantano exhalaba vapores como si fuese un auténtico lago, frente a los viejos árboles visitados por cuervos, cornejas y grajos. Así era cuando el hidalgo Grubbe residía en aquellos parajes, y se alzaba aún el antiguo castillo de espesos muros rojos. La cadena del mastín llegaba entonces hasta más allá de la puerta. Por la torre, un corredor empedrado conducía a los aposentos. Las ventanas eran estrechas, y los cristales, pequeñ.os, incluso en el salón principal, donde se celebraban los bailes. Pero ya en tiempos del último Grubbe, nadie recordaba que se hubiese bailado allí, aun cuando se guardaba un viejo tambor que había formado parte de la orquesta. En un armario ricamente esculpido se conservaban raras plantas bulbosas, pues la señ.ora Grubbe era muy aficionada a la jardinería. Su esposo prefería salir a cazar lobos y jabalíes, y su hijita María lo acompañ.aba siempre un buen trecho. A los cinco añ.os montaba orgullosamente en su propia jaquita, mirando arrogante a su alrededor, con sus grandes ojos negros. Se divertía repartiendo latigazos entre los perros de caza, aunque más le gustaba al padre que los propinara a los hijos de los labriegos que se acercaban corriendo a ver a los señ.ores.

El campesino que vivía en la choza de las inmediaciones del castillo tenía un hijo llamado Sö.ren, de la misma edad que la noble muchacha. Sabía trepar ágilmente, y lo hacía buscando nidos de pájaros para la niñ.a. Los pájaros chillaban alborotados, y uno ya bastante crecido le picó en un ojo con tal violencia que le salió mucha sangre, y pareció que iba a perderlo. pero no ocurrió nada, por suerte. María Grubbe lo llamaba «.su». Sö.ren, lo cual era una gran distinción y redundó en beneficio de su padre, el pobre Jö.n, un día en que habiendo cometido una falta por descuido, fue condenado al suplicio del potro. Estaba éste en el patio del castillo, con cuatro estacas por patas y una única y estrecha tabla por lomo. Sobre él debía montar Jö.n a horcajadas, con una pesada piedra en cada pie para que no le resultase tan ligera la montura. El hombre hacía muecas horribles. Sö.ren, llorando, acudió suplicante a la niñ.a María. É.sta ordenó que se liberara inmediatamente al padre del muchacho, y, al no ser obedecida, se puso a patalear en el puente de piedra y a tirar con tanta fuerza de la manga de su padre, que la desgarró. Estaba resuelta a salirse con la suya y lo consiguió: el padre de Sö.ren fue soltado.

La señ.ora Grubbe, que llegó en aquellos momentos, acarició el cabello de su hijita y la miró con ojos cariñ.osos. María no comprendió por qué lo hacía.

Gustaba de ir con los perros de caza, mas no con su madre, que bajaba al jardín y al lago, donde florecían los nenúfares y se mecían espadañ.as y juncos. Ella contemplaba la exuberante lozanía, y exclamaba: «.¡.Qué bonito!».. En el jardín crecía un árbol entonces raro, que ella misma había plantado, al que llamaban haya roja, una especie de moro entre los demás árboles, tan negruzcas eran sus hojas. Necesitaba mucho sol, pues a la sombra se habría vuelto verde como los demás, perdiendo su cualidad característica. En los altos castañ.os abundaban los nidos, lo mismo que en los arbustos y las altas hierbas. Parecía como si estos animales supieran que allí estaban protegidos, que nadie podía disparar allí su escopeta.

La pequeñ.a María frecuentaba aquel lugar con Sö.ren, pues el niñ.o sabía trepar, como ya dijimos, y cogía los huevos y las crías, cubiertas aún de vello. Las aves, grandes y chicas, echaban a volar asustadas y angustiadas. El frailecillo de los campos, los cuervos, grajos y cornejas de las altas copas, gritaban desesperadamente, como gritan aún hoy día sus descendientes.

-¿.Qué hacéis, niñ.os? -les dijo un día la dama-. Estáis cometiendo una acción impía.

Sö.ren se detuvo con aire compungido, la noble niñ.a miró también un poco de soslayo, pero luego replicó, tajante y resuelta:

-En casa de mi padre puedo hacerlo.

-¡.Fuera, fuera! -gritaban las grandes aves negras, echando a volar. pero regresaron al día siguiente, pues aquélla era su casa.

No permaneció mucho tiempo en la suya la apacible y bondadosa señ.ora. Nuestro Señ.or la llamó a su seno, donde encontró un hogar mejor que el del castillo. Las campanas de la iglesia doblaron solemnemente, cuando su cuerpo fue conducido al templo. en los ojos de los pobres brillaron las lágrimas, pues la castellana había sido siempre buena para ellos.

Desaparecida la señ.ora, nadie se preocupó ya de sus plantas, y el jardín decayó.

El señ.or Grubbe era un hombre duro, pero su hija, aunque tan joven, sabía amansarlo. lo hacía reír y conseguía sus propósitos. No contaba más que doce añ.os, pero era muy talludita. miraba a las gentes con sus ojos negros penetrantes, cabalgaba como un hombre y disparaba la escopeta como el más consumado cazador.

Un día llegaron a la comarca nobles visitantes: el joven Rey y su hermanastro y compañ.ero, el señ.or Ulrico Federico Gyldenlö.ve. Iban a la caza del jabalí y querían pasar un día en el castillo de Grubbe.

Gyldenlö.ve se sentó a la mesa, al lado de María Grubbe. Cogiéndole la cabeza, le dio un beso, como si fuesen parientes. mas ella le respondió con un bofetón y le dijo que no lo podía soportar. El incidente provocó grandes risas, como si fuese muy divertido.

Tal vez sí lo fuera, pues cinco añ.os más tarde, al cumplir María los diecisiete, llegó un mensajero con una carta: el señ.or de Gyldenlö.ve pedía la mano de la noble doncella. ¡.Como si nada!


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